5 marzo, 2024
Conocí a Sebastián Piñera en 1979. Fue mi profesor en la Universidad Católica, en el curso de comercio internacional. Llegaba a clases apurado y se iba rápido. Pero nunca faltaba. Era una mente brillante, de gran rapidez y tremenda intuición económica. Sabía despejar la paja del trigo, lo profundo de lo efectista.
Luego me apoyó en un momento clave: cuando quise ir a estudiar un doctorado en economía a Harvard me hizo una estupenda carta de recomendación. Cuando se la pedí, me dijo ‘con mucho gusto te recomiendo’. Como andaba siempre sobrevendido, algo me costó sacarla, pero lo hizo de muy buena gana. Yo sabía que esa carta era valiosa porque Sebastián había sido un gran alumno en Harvard y ya tenía una interesante trayectoria académica.
Pasaron los años y luego estuvimos juntos en un grupo de tertulia que se armó hacia el final de la dictadura para tratar de hacer un aporte en la transición a la democracia. Nos reuníamos una o dos veces al mes. Sebastián siempre aportaba con un comentario incisivo, con una mirada distinta. Y sus puntos iban mucho más allá de lo económico. Aún no ingresaba a la política activa, pero tenía un tremendo sentido político
Coincidimos en 1990, cuando por distintos motivos nos tocó viajar juntos a la ceremonia del cambio de mando de Violeta Barrios de Chamorro, en el estadio de Managua, cuando ella sucedió al mismísimo Daniel Ortega. Después de eso, a lo largo de los años 90, nos fuimos haciendo amigos. Muy amigos. Nuestras familias compartieron encuentros, por ejemplo, en su casa del Lago Caburgua. Viajamos juntos a Buenos Aires con Cecilia y mi mujer, Francisca. También nos veíamos en Ranco.
Nunca trabajé con él ni fui director de ninguna de sus empresas, aunque sí coincidimos como directores en otra sociedad. Participé en sus tres campañas presidenciales. Y cuando fue Presidente se transformó, por primera vez, en mi jefe. Ahí se hace un switch.
Compartíamos el sueño de ver a Chile como país desarrollado. Que Chile fuera, digamos, como Portugal, por lo que significa para el bienestar de las personas en mejor salud, educación, vivienda, mejores salarios. Eso permeaba el programa de gobierno en el que me tocó colaborar con él.
Si era exigente como profesor, ¡más aún como jefe! Pero entregaba toda la confianza. Empoderaba y esperaba que uno r
Muchas veces crucé a La Moneda a discutir algún tema con él. Fue siempre mi mejor interlocutor económico. Siempre. Gozaba mucho el debate de ideas. Y tenía un enfoque analítico de los temas: entender el problema, tener un buen diagnóstico, contrastar las posibles soluciones y después las decisiones. En ese orden. Y algunas veces lo ví ceder en sus opiniones si veía correspondiera. Claro, uno debía llegar muy preparado a las reuniones. Nadie podía cantinflearse con el Presidente. Cuando yo no estaba seguro de un tema, le decía ‘Presidente, déjeme analizarlo y le contesto’. Eso lo respetaba.un mejor argumento.
Su partida nos ha pegado muy fuerte, en lo personal y en lo colectivo. Agradezco a Dios el privilegio de haberlo tenido como amigo y como jefe.
Felipe Larraín Bascuñán
Ex Ministro de Hacienda
Director de Clapes UC